
Cuentan que durante el asedio de las tropas romanas a Siracusa (213-212 a. C.), Arquímedes logró destruir las naves invasoras a distancia gracias a unos espejos parabólicos. Los situó de forma que los rayos del sol llegaran paralelos al eje y que, una vez concentrados, apuntaran a las velas de los barcos enemigos. Muy pronto los romanos vieron, atónitos, cómo las velas de sus barcos ardían como por arte de magia.

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